Es inconcebible que un país que quiere demostrar que puede ser una economía avanzada y competitiva presente una tasa de paro juvenil del 45,8%, con una pérdida de casi 950.000 empleos netos. La cruda realidad y la dureza de la crisis han acabado por imponerse.
Sala nos presentó una radiografía del mercado de trabajo español, en la que estableció que el colectivo más vulnerable a la crisis económica actual está siendo el de los jóvenes. La destrucción del desempleo entre los jóvenes se ha centrado mayoritariamente en hombres españoles, con un contrato temporal, con formación media y cuya actividad se enmarca dentro de las manufacturas, la construcción o el comercio.
Esta destrucción de empleo genera una precaria situación entre los jóvenes, con una edad de emancipación cada vez superior, una mayor dificultad de acceso a la vivienda y la marcha de capital humano cualificado fuera de nuestras fronteras, en busca de un futuro que por desgracia en nuestro país es difícil de encontrar. Algo que es extremadamente grave en un contexto de inevitable envejecimiento poblacional.
Todo ello hace que los jóvenes de ahora no sean la generación del futuro, sino la generación perdida.
Para salir de esta situación debemos definir un proyecto de futuro, y uno de los pilares básicos es tratar de rediseñar la conexión entre empresa y educación, es decir interconectar las bondades que ambas tienen, integrando tecnología e innovación. Este proyecto también pasa por dar un nuevo impulso a
Si no dejamos de lado este problema, si tomamos medidas concretas ahora y si retomamos la senda de la que algún día peligrosamente nos desviamos, tal vez los jóvenes de ahora vuelvan a ser la generación del futuro.
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